
Mi primer contacto con su obra fue la lectura de “Cien años de soledad”, la fuerza de su prosa, la riqueza de su lenguaje y la inconmensurable potencia de sus personajes viviendo en un Macondo donde lo real y lo mágico conviven de forma cotidiana, hizo que encarase una realidad que entonces casi desconocía: La literatura Hispanoamérica y la realidad de sus gentes, que forman parte de nuestra propia historia.
Casi de forma inmediata a esa lectura continué indagando en su obra, aunque cronológicamente no debería haber sido la primera, pero eso influyo positivamente. Tras Cien años de Soledad leí a sus antecesoras y precursoras “La hojarasca”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “Los funerales de la Mamá Grande ” en las que Macondo y sus personajes estaban presentes. Seguidora y admiradora incondicional de su manera de escribir y de contar proseguí leyendo y ahondando en su obra: “Isabel viendo llover en Macondo”, “Relato de un náufrago”, “ La increíble y triste historia de la cándida Eréndira” y de su abuela desalmada, “Ojos de perro azul”, “El otoño del patriarca”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera”, “Diatriba de amor contra un hombre sentado: monólogo en un acto”, “El general en su laberinto”, “Doce cuentos peregrinos”, “Del amor y otros demonios” y finalmente “Vivir para contarla” sus memorias.
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