La voz ha enmudecido pero no la palabra, es el pensamiento que me produjo la desaparición de Gabriel García Márquez.
Mi primer contacto con su obra fue la lectura de “Cien años de soledad”, la fuerza de su prosa, la riqueza de su lenguaje y la inconmensurable potencia de sus personajes viviendo en un Macondo donde lo real y lo mágico conviven de forma cotidiana, hizo que encarase una realidad que entonces casi desconocía: La literatura Hispanoamérica y la realidad de sus gentes, que forman parte de nuestra propia historia.
Casi de forma inmediata a esa lectura continué indagando en su obra, aunque cronológicamente no debería haber sido la primera, pero eso influyo positivamente. Tras Cien años de Soledad leí a sus antecesoras y precursoras “La hojarasca”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “Los funerales de la Mamá Grande ” en las que Macondo y sus personajes estaban presentes. Seguidora y admiradora incondicional de su manera de escribir y de contar proseguí leyendo y ahondando en su obra: “Isabel viendo llover en Macondo”, “Relato de un náufrago”, “ La increíble y triste historia de la cándida Eréndira” y de su abuela desalmada, “Ojos de perro azul”, “El otoño del patriarca”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera”, “Diatriba de amor contra un hombre sentado: monólogo en un acto”, “El general en su laberinto”, “Doce cuentos peregrinos”, “Del amor y otros demonios” y finalmente “Vivir para contarla” sus memorias.
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