LA LECTURA


La lectura es una de las actividades más gratificantes que conozco. Nos permite, sin salir de nuestra casa y sin movernos de nuestro sillón, visitar otras ciudades, conocer otras culturas, vivir aventuras, conocer mundos fantásticos, investigar crímenes, reir, llorar, estremecernos de miedo o de pasión, ahondar en los pensamientos de los protagonistas e incluso, en ocasiones, ver plasmado en palabras aquellos sentimientos que sentimos como propios y nunca supimos explicar. El escritor pinta, esculpe y compone con la palabra , llenándonos de gozo con la belleza de su obra.

domingo, 1 de diciembre de 2013

EL HÉROE DISCRETO DE VARGAS LLOSA





“El héroe discreto”, la última novela de Vargas Llosa, rememora sus orígenes no sólo por el abundante empleo de americanismos y construcciones gramaticales de su tierra, sino porque los hechos se desarrollan en el Perú, concretamente en las ciudades de  Lima y de Piura.

Dos historias, una en Piura, la de Felicito Yanaqué, dueño de una empresa de transportes, hombre tenaz,  que siguiendo el precepto que le enseño su padre “No te dejes nunca pisotear por nadie”, no se deja intimidar ni coaccionar por unos supuestos “mafiosos” que le envían cartas firmadas con el dibujo de una arañita, y otra en Lima, la del viudo Ismael Carrera, un rico hombre de negocios que para dar una lección a las “hienas” de sus hijos decide casarse con su criada Armida  y desheredarlos. Inicialmente ambas transcurren de forma paralela sin aparente punto de inflexión para confluir a medida que avanza la narración

El verdadero héroe discreto, para mí, es Rigoberto;  aunque en un principio pueda parecer que es Felícito Yanaqué según transcurre  la novela va ganando fuerza moral y ética el personaje de Rigoberto, brazo derecho de Ismael, a punto de jubilarse y testigo de su boda, que se ve obligado a posponer un viaje con su familia a Europa por el discurrir de los acontecimientos.

No podía faltar el toque típico del realismo mágico presente en la novela encarnado por la aparición fantasmal de Edilberto Torres a Fonchito, hijo de Rigoberto.

Los diálogos sorprenden por la conjunción de lo que se piensa con lo que se dice, es decir, se pasa de uno a otro indistintamente en el momento en el que se está conversando.

La ironía y el humor se traslucen en las referencias del narrador ante los hechos, en las descripciones de algunos personajes e incluso en las situaciones que se viven.

Una historia fresca y positiva en la que los malvados no consiguen su objetivo.

De nuevo Vargas Llosa nos sorprende gratamente como es habitual.

 

 

 

 

 

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