Me acerque con cierta reticencia a esta novela de Alan Bennett y, para mi sorpresa, descubrí un relato repleto de contenido. Dejando al margen lo curioso del planteamiento, que a nadie puede dejar indiferente, el hacer a la reina de Inglaterra protagonista, que descubre casualmente lo gratificante que es leer de la mano del bibliotecario de la biblioteca móvil del Ayuntamiento, que acude al palacio, y de Norman “el joven pelirrojo pinche de cocina” ávido lector, convertido en su asesor literario. A medida que sus lecturas aumentan va cambiando su manera de percibir su vida cotidiana dejando a un lado las rígidas normas que le exige el protocolo inherente a su cargo. Enfoca su vida y sus actividades dando preferencia a la lectura y lamenta no haberlo hecho antes ya que ha conocido a numerosos escritores y personajes muy interesantes con los que habría podido intercambiar opiniones literarias propias y ajenas.
Su voracidad lectora va aumentando evolucionando de manera natural hacia la escritura, para plasmar sus vivencias y para que su “voz” fluya.
Todo ello salpicado de ese humor británico irónico y cáustico tan característico con el que realiza una crítica a la rigidez del protocolo y a la clase política.
La obra está cuajada con reflexiones referentes a la lectura y el acto de leer:
“Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre”.
“Un libro es un artefacto para encender la imaginación” o “No pones la vida en los libros. La encuentras en ellos”
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